Tres hombres que parecen tres armarios entran al Críper y se piden unas cervezas. Están un buen rato charlando y finalmente pagan. La camarera les da el cambio y vuelve al sitio donde estaba haciendo paquetitos con las monedas de céntimo porque, si no, no se las acepta el banco.
—¿Y ahora? ¿Vamos a tu casa? —les oye decir.
—No, no, a mi casa no.
—Venga, hombre.
—Que no, que no.
—¿Por qué? Si ya hemos ido muchas veces.
—Es que —baja la voz, pero la camarera tiene buen oído y aún sigue escuchando mientras cuenta las monedas— estoy escondiendo a unos amigos por unos días. Les busca la Interpol.
—Anda ya.
—Que sí, coño. Se dedicaban a captar mujeres para venderlas a la mafia china y ahora están en busca y captura.
—Ah.
En ese momento, los tres se giran hacia la camarera y la miran fijamente. Ella no sabe si le han visto poner cara rara, o si simplemente prefieren prevenir, pero se van cagando leches y no les vuelve a ver por la zona.
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