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La traficante y el niño de mamá

Cuando la pareja entra, ya están borrachos. La camarera decide no servirles ni gota de alcohol, no sea que les de un coma etílico, pero no hace falta porque piden café. Ambos comienzan a alternar arrumacos con discusiones en voz baja. Al finalizar una de las últimas llaman a la camarera y ella, que cree que es para pedir la cuenta, se acerca.

—A ver, imagina. Dos personas que se quieren, pero él tiene mucho dinero y a su familia no le hace gracia la relación.

—Pero ¿qué le cuentas? Tú ni caso —le dice a la camarera la chica, con una voz igual de ebria que la su compañero, al que recrimina—: que no lo dejé porque a tu madre no le gustara, sino porque no podía ser, sino porque no funcionaba.

—Bah —la ignora él—. Si además tú cada vez que te vas a Brasil te vuelves con dos kilos de coca, tienes una pasta pero te lo gastas en ropita.

—¿Pero tú crees que este es el lugar para decir eso? —intenta darle un tortazo, pero su coordinación está tan tocada que no acierta—. ¡Y te he dicho que amigos nada más!

Ambos se dirigen a la puerta, y son detenidos por la camarera.

—No me habéis pagado los cafés.

Ella saca un billete de cinco y se lo da. Para cuando vuelve a por el cambio, el bar está vacío.

Exaltación de madre

El niño entra al Críper corriendo, sin rastro de su madre, y pide un vaso de agua. La camarera, con eso de que es un mocoso y que hace calor fuera, le pone uno hasta arriba, Se lo bebe de un trago, dejando la barra hecha un Cristo por todo lo que se le ha caído, y en el momento en que la camarera mete el vaso en el fregadero llega la madre.

—Gracias —sonríe ella. Va a la máquina de tabaco y se saca un paquete—. Vamos, cielo.

—Pero es que quiero más —protesta el niño.

—Las botellas de agua cuestan un euro —le sugiere la camarera a la madre, que ve que no lleva ninguna. La mujer se exalta, farfullando que está negando el agua a su niño y un montón de groserías, cada vez más ofensivas. La camarera, sin inmutarse, le responde—: En primer lugar, no le he negado el agua. Le he dado un cuarto de litro. En segundo lugar, yo vendo agua, no soy una fuente. Y, en tercer lugar, es su hijo y por tanto su responsabilidad tenerle hidratado. Si no quiere pasarse el verano insultando a camareros porque no quiere gastar dinero en algo tan básico, le recomiendo que salga siempre de casa con una botella de agua.

La mujer enrojece y, sin palabras, coge a su hijo y se marcha, con la cabeza en alto y paso marcial.