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De viejecito encantador a viejo siniestro (parte 2)

Tras un par de semanas con la misma dinámica del viejo hablando solo y la camarera ignorándole, un día él intenta marcharse sin pagar, diciendo sólo que no tiene billetes pequeños.

-Me da igual. Si no tienes billetes pequeños me das el billete grande.

-Pero bueno, ¡esto es increíble! -se indigna el viejo-. Y vengo todos los días, y ahora vas y me dices que no me puedes fiar.

-Ni puedo ni me da la gana -responde la camarera, levantando la mano para que le pague de una vez. Él saca un billete de 50 y se lo entrega de mala gana, refunfuñando.

Desde ese día, el viejo deja de entrar al Críper y se va al bar de enfrente, donde, refresco en mano, se queda en la ventana, mirando fijamente a la camarera. Ella se limita a pasar de él dándole la espalda. En el fondo, aunque es aún más siniestro que se dedique a vigilarla desde el bar de al lado (y para colmo no aporta nada a la caja del Críper) no deja de ser una mejora: ya no tiene que escuchar sus gilipolleces.

Finalmente, el tipo deja de aparecer y la camarera da por acabada la historia. No obstante, unos meses después vuelve. Por suerte, a la semana siguiente empieza agosto y ellla tiene turno de mañana. Como el viejo sólo va por las tardes, la camarera se siente casi a salvo, pero no iba a ser tan sencillo: en cuanto el viejo se da cuenta de que por las tardes se cierra y que ella está por las mañanas, por las mañanas se planta en el Críper.

Empieza de nuevo a intentar que ella le responda, mintiendo y diciendo que cada día le cobra de distinta forma.

-No, señor. Te cobro siempre lo mismo por cada consumición, pero si un día te tomas una y al otro dos no te voy a pedir el mismo dinero -dice la camarera, tras lo cual vuelve a ignorarle.

Sigue intentándolo por todos los medios, sin éxito, enfurruñándose cuando la camarera da conversación a otros clientes. Por fin, vuelve el turno de tarde y el viejo vuelve a desaparecer unos días, hasta que se da cuenta de que ahora tiene que ir por las tardes. Y todos los días se planta a las cinco y pico a por lo mismo.

De nuevo prueba la táctica de ¿Te cuento un chiste? A lo que la camarera responde que no le interesa y él empieza a desvariar, diciendo que ella no va a perder prestigio social por escuchar un chiste verde. Como sigue ignorándole, al poco cambia de táctica y se pone a desvariar sobre otros temas, a los que la camarera no presta la más mínima atención.

Por suerte, debido a sus estudios los turnos son irregulares y no siempre está a esa hora, por lo que no tiene que aguartarle todos los días y él parece algo desconcertado. Por supuesto, cuando pregunta ella se limita a responder que no es de su incumbencia y sigue a lo suyo, cosa que sabe que a él le desagrada.

Un día, en vez de pedir su refresco habitual pide licor de manzana sin alcohol. La camarera se lo pone y, tras dar un par de tragos, él afirma que le ha dado alcohol. Tras enseñarle la botella, claramente de una bebida sin alcohol, sigue a lo suyo hasta que le pide que le ponga lo de siempre, abandonando la copa a la mitad.

-Te voy a contar una cosa -empieza a decir el viejo, antes de irse-. No, mejor el lunes. Sí, el lunes. ¿Ves? Estoy un poco borracho.

Poniendo los ojos en blanco, la camarera le observa marcharse. Por suerte, el lunes entraría pronto y no tendría que aguantar sus estupideces.