Un hombre entra al Críper y pide un vodka. La camarera se lo sirve, porque parece que va bien, pero pronto queda claro que es un borracho. Saca un fajo de billetes que enseña a todo el que se acerca y lo deja bien a la vista, así que la camarera le dice que no es buena idea hacer eso en ese barrio.
-No me preocupa -responde-. Yo soy espía para España, por eso no puedo tener pasaporte español, porque me mandan a sitios para que espíe por ellos. Ahora vengo de Estambul. Pero ya ves, me pagan mucho.
El tipo sigue desvariando y a la camarera no le queda más remedio que escuchar sus locuras sobre espionaje en lugares exóticos. Por fin, decide marcharse y va a la parada de taxis, donde uno de los habituales del bar acepta llevarle.
Al día siguiente, el taxista aparece en el bar y cuenta una anécdota de película:
-Ese tío estaba como una cabra. No acepté llevarle si no me pagaba antes, así que sacó un fajo de billetes y lanzó unos pocos al asiento de delante. Luego, me empezó a decir que era un espía y un montón de locuras más. Cuando le dije que no fuera contando esas cosas, respondió que tenía un arma. Como vio que no le creía, sacó cosas de su mochila y montó una metralleta pequeña. <<Es de mentira>>, me reí, pero entonces me enseñó las balas. Entonces pasamos delante de un coche patrulla y empezó a increparles, además, sacó de su mochila botellitas de alcohol pequeñas y se puso a beber, así que paré el taxi y le dije que se bajara. Luego, di la vuelta hacia el coche patrulla y dije a los policías lo que había pasado; fueron corriendo para donde le había dejado. Cuando llegué a la parada y conté a los demás qué había pasado, temblando, contamos los billetes que había lanzado al asiento y eran más de 200€.
Todos se quedan en silencio, anodadados. Seguro que piensan, igual que la camarera, que ojalá el tipo fuera tan mal que no recordara dónde había estado. O, por lo menos, que no decidiera volver.