Archivo del Autor: Déborah F. Muñoz

Acerca de Déborah F. Muñoz

Déborah siempre amó viajar, ya fuera físicamente o a través de los libros o el cine. Lo hace siempre que puede y comparte su experiencia en sus “diarios” en forma de blogs: escribolee (que es también su blog de creaciones) para los viajes reales y escriboleeo para los viajes con la imaginación (además de otros asuntos relacionados con la cultura). Además, para dar rienda suelta a su creatividad, escribe mucho, lo que le llevó a autopublicar tres novelas en papel (Atrapada en otra dimensión, Viajera interdimensional e Incursores de la noche) y una novela corta ilustrada, Eladil, además de relatos en decenas de antologías literarias. Luego, tras sacar Amigos o algo más con Divalentis, volvió a la autoedición con Enemigos o algo más, Incursores del ocaso y Amantes o algo más. A lo largo de su extensa carrera literaria, ha escrito cientos de relatos, y está recopilando los mejores en diversas antologías, como 126 trocitos, 42 trozos de amor y pasión, 70 trozos variados o 48 trozos de fantasía y ciencia ficción. Además, ha incursionado en el género de la no-ficción con el título ¿Dónde está mi tiempo? y Repostería para vagos, traducidos al inglés.

El espía

Un hombre entra al Críper y pide un vodka. La camarera se lo sirve, porque parece que va bien, pero pronto queda claro que es un borracho. Saca un fajo de billetes que enseña a todo el que se acerca y lo deja bien a la vista, así que la camarera le dice que no es buena idea hacer eso en ese barrio.

-No me preocupa -responde-. Yo soy espía para España, por eso no puedo tener pasaporte español, porque me mandan a sitios para que espíe por ellos. Ahora vengo de Estambul. Pero ya ves, me pagan mucho.

El tipo sigue desvariando y a la camarera no le queda más remedio que escuchar sus locuras sobre espionaje en lugares exóticos. Por fin, decide marcharse y va a la parada de taxis, donde uno de los habituales del bar acepta llevarle.

Al día siguiente, el taxista aparece en el bar y cuenta una anécdota de película:

-Ese tío estaba como una cabra. No acepté llevarle si no me pagaba antes, así que sacó un fajo de billetes y lanzó unos pocos al asiento de delante. Luego, me empezó a decir que era un espía y un montón de locuras más. Cuando le dije que no fuera contando esas cosas, respondió que tenía un arma. Como vio que no le creía, sacó cosas de su mochila y montó una metralleta pequeña. <<Es de mentira>>, me reí, pero entonces me enseñó las balas. Entonces pasamos delante de un coche patrulla y empezó a increparles, además, sacó de su mochila botellitas de alcohol pequeñas y se puso a beber, así que paré el taxi y le dije que se bajara. Luego, di la vuelta hacia el coche patrulla y dije a los policías lo que había pasado; fueron corriendo para donde le había dejado. Cuando llegué a la parada y conté a los demás qué había pasado, temblando, contamos los billetes que había lanzado al asiento y eran más de 200€.

Todos se quedan en silencio, anodadados. Seguro que piensan, igual que la camarera, que ojalá el tipo fuera tan mal que no recordara dónde había estado. O, por lo menos, que no decidiera volver.

Todo negro

Un tipo con pinta de albañil entra al Críper cubierto de polvo y pide un botellín, que la camarera le sirve mientras se va a lavar las manos. Luego, se lo bebe tranquilamente y le dan varios ataques de estornudos entre medias.

Cuando se va, la camarera se fija en que allá donde ha apoyado los brazos ha dejado una marca negra, de modo que, gracias a los estornudos, toda esa zona de la barra se ha quedado oscurecida.

Mientras lo limpia, se pregunta cómo se habrá lavado las manos.

El viejecito

Un viejecito va al Críper a menudo. Todo el mundo en el barrio le conoce, pero vive solo y, como cada vez va a un bar distinto, nadie sabe mucho sobre él salvo las pocas cosas que deja traslucir en las conversaciones, como que tiene familia pero que no se lleva nada bien con ellos.

Un día deja de aparecer y la camarera empieza a preocuparse: cuando pregunta a distintos habituales del barrio, todos le dicen que no le han visto por ningún lado, a pesar de que suele pasar el día paseando o en los bares de la zona.

Casi un mes después, el viejecito aparece por el Críper de nuevo y, al preguntarle dónde se ha metido, responde:

-Un ataque al corazón, he estado ingresado todo este tiempo.

La camarera y el resto de los clientes escuchan cómo empezó a sentirse mal y cómo ha pasado esos días hasta que se cansa de hablar y se va.

-Este hombre se muere un día y no se entera nadie -dice uno de los clientes. Todos los demás asienten, preocupados, pero nadie sabe qué más hacer aparte de lo que ya hacen: escucharle cuando viene e interesarse por él cuando no aparece.

El loco defensor

Uno de los clientes habituales del Críper está oficialmente loco. No loco como el que tuvo que denunciar la camarera, es un loco con el que se puede charlar tranquilamente. De hecho, por lo que ha contado, en el lugar donde va a terapia hay un tipo que se sobrepasa con las mujeres y ya se ha enfrentado a él varias veces para protegerlas.

Un día, el loco se queda muy pendiente de la ventana y, cuando ve pasar a su objetivo, se enzarza con él y le amenaza. Luego vuelve al bar tranquilamente y dice:

-Ese es él. Se va a enterar de lo que es bueno, como no rectifique su comportamiento voy a estar encima de él a la menor ocasión. Total, como estoy loco, aunque me delate no va a haber consecuencias.

A partir de ese momento, el loco, sobre esa hora, vigila por la ventana del bar, pero no vuelve a verle pasar.

-Qué raro -dice él-. Tiene que pasar por aquí para llegar a su casa.

-Si sabe que le estás esperando, seguramente salga por la otra boca de metro y dé un rodeo -dice la camarera.

-Ah, pues en eso no había caído yo -comenta él, pensativo.

Desde ese día, el loco viene un poco antes y se marcha siempre en dirección a la otra boca de metro cuando calcula que el otro va a pasar.

Hambre canina

Un grupo de chicos entra al Críper y se piden unos botellines. La camarera poner uno frente a cada uno, pero el del centro coge el suyo y el de su amigo y dice, riendo:

-Es que los dos son para mí.

Su amigo se encoge de hombros y la camarera dice:

-Yo los pongo, vosotros los repartís como queráis.

Luego, ella pone unos platos con aperitivos y, antes de que el de los dos botellines pueda reaccionar, su amigo, el que no tiene, se lanza a por uno y se lo mete en la boca.

-Hay hambre, ¿eh? -pregunta uno.

-Canina -dice el chico, con la boca llena.

Todos se ríen y continúan charlando durante unas cuantas rondas más, en las que el chico intenta hacerse con un bocado; la cerveza no le importa tanto.

Me espera la Reina

Hay un cliente que siempre pide varias cervezas cada día y casi siempre las hace anotar en una cuenta hasta que su padre le da la paga o su novia, que nadie sabe por qué le aguanta, le invita. Todos los habituales del Críper se extrañaron cuando se ausentó una larga temporada -con una cuenta sin pagar bastante inflada, por cierto- hasta que uno de los que le conocen descubrió el motivo y corrió a contárselo al resto:

-Se volvió loco de remate y, cuando quisieron llevárselo al hospital, decía que no quería, que esperaba a la Reina y que no podía marcharse.

En el fondo, nadie se extraña, porque el tipo, además de beber mucho, se mete de todo. Lo que sí deja a todos flipando es cuando le dicen al camarero que está preguntando por él y que por qué no ha ido a visitarle al hospital.

-Si no somos amigos ni nada, ¿a santo de qué voy a ir a verle?

También pregunta por otro de los clientes, que no quería saber nada de él ni cuando estaba cuerdo y pide a todos que, por favor, le prevengan cuando vuelva por ahí para no aparecer. Poco a poco van sabiendo más detalles, como que la novia le ha dejado por fin, pero pronto la rutina se vuelve a instalar en el bar y el asunto queda olvidado.

¡Ni que fuera un drogadicto!

Un anciano entra al Críper y pide entrar al baño.

-Es solo para clientes, pero le voy a dejar pasar -dice la camarera. Aunque no le gusta dejar a nadie que no sea de la clientela, le da pena el hombre.

Cuando sale del baño, pasada la urgencia, el abuelo le gruñe a la camarera:

-Vamos, dejarme pasar como si me hiciera un favor. ¡Ni que fuera un drogadicto!

-No -replica la camarera, cabreada-. Usted no es un drogadicto, pero gasta agua, luz, papel higiénico y jabón, todo cual sale de mi bolsillo. Para colmo, contribuye a que los que sí son clientes y me ayudan a pagar todo esto se encuentren el baño un poco más sucio. Así que disculpe si no me ilusiona que entre usted a mear en mi local a cambio de nada.

El anciano, que con tantas ganas de pendenciar había hablado, se remueve en el sitio, avergonzado, y saca una moneda de cincuenta céntimos, que le tiende a la camarera.

-No, ya le he dicho que le dejaba pasar, no le voy a cobrar nada. Limítese a ser más educado la próxima vez.

El hombre se marcha y, desde entonces, no se le ha vuelto a ver en el Críper.

La siesta

Un hombre mayor, cliente habitual, tiene por costumbre quedarse dormido en la barra, mientras se toma su café. La camarera ya le deja por imposible, pero ese día se pone a roncar cada vez más fuerte y, cuando otro cliente y ella cruzan una mirada, sueltan una carcajada que le despierta.

-¿Eh? ¿Qué? ¿Qué pasa?

-Que te has quedado frito y estabas roncando -dice la camarera.

-¡Yo no ronco! -exclama indignado el hombre mayor.

-Todos los que roncamos decimos lo mismo -dice el otro cliente.

-¡Bah! -responde el hombre y, poco a poco, vuelve a quedarse dormido.

Situación de emergencia

No es el turno de la camarera, pero cuando pasa ante el bar se encuentra a una chica y a su compañero con cara de preocupado. Cuando pregunta qué pasa, el camarero le cuenta que el hermano de la chica se ha cagado encima y que se ha atrincherado en el baño de los chicos.

La chica se disculpa y va con su hermano al baño, del que sale un olor espantoso.

-Es que no sé qué hacer, que encima el chico es discapacitado mental y no quieren ni oír hablar de que llame a una ambulancia o algo -reconoce el camarero. Para colmo, hay bastante gente y todos tienen que entrar al baño de las chicas.

La camarera va hacia el baño y le dice a la hermana que tiene que darle una solución ya, que no puede atrincherarse ahí eternamente.

-No, señora, por favor, yo hago lo que sea pero… ya he llamado a mi tío para que nos venga a recoger -suplica la chica.

-Lo que sea pero ya. Si vive lejos, no me sirve -dice la camarera. Y se va a hacer sus cosas. Una hora y pico más tarde, vuelve a bajar. El camarero sigue desesperado, pero la chica dice:

-Ya vienen a por nosotros, no se preocupe.

-Pero bueno, es que esto no es normal. ¿Qué te costaba ir al chino y comprarle un pantalón de chandal y unos calzoncillos para sacarle del bar? -protesta la camarera.

-Ay, no se me había ocurrrido. Lo siento, pero ya vienen, ya vienen.

Efectivamente, no tardan en llegar con un coche y por fin sacan al chico del baño. La camarera suspira: ahora toca limpiar ambos servicios, ya que el de las chicas ha sufrido las consecuencias de ser el único aseo disponible.

Dormir en lugares extraños

La camarera y un pequeño grupo de clientes habituales charlan, como de costumbre, de lo mismo de siempre y un hombre que se está tomando un botellín al margen de la conversación entra al baño. El resto sigue hablando, tan ricamente, durante una hora o más, hasta que unas señoras que estaban en la mesa se van y la camarera tiene que levantarse a limpiar la mesa. Como viene un olor desagradable del baño, aprovecha para echar ambientador pero, cuando empieza a abrir la puerta, se oye un grito:

-¡Ahhh!

La puerta se cierra de golpe y la camarera, roja como un tomate, vuelve a la barra.

-Manda huevos, podríais haberme dicho que estaba ahí el señor -les dice a los habituales.

-¡Es que no nos acordábamos! -se ríen ellos.

Al rato, el señor sale del baño y, avergonzado, dice, antes de salir del bar:

-Es que me había quedado dormido… ¡Menudo susto me has dado!