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La peripuesta rubia cincuentona

Cuentan los del turno de noche que la rubia de bote cincuentona, siempre muy peripuesta y repintada, entra cada día al Críper y acorrala al primero que coge por banda, le conozca o no le conozca. Entonces comienza a hablarle a velocidad de vértigo de cómo su marido la engañó con una panchita, de lo mucho que se alegra de que ahora él tenga cáncer, de los cotilleos de su vecindario y de los programas más cutres de la televisión. Los clientes habituales ya se limitan a escapar o a contestarla de malas maneras, pero ella no se amilana: siempre puede acorralar a la de la limpieza o al camarero.

Hace poco han dicho a la camarera que el otro día vieron a la peripuesta rubia cincuentona por la zona, más o menos a la hora que empieza su turno. Desde entonces, cada vez que ve una señora mayor que va arreglada como si fuera su noche de bingo, se pone a temblar.

Atraco

El gitano lleva un buen rato en el Críper cuando la tragaperras le da ciento cincuenta euros. Lejos de sentirse conforme, y aunque hace que la camarera le cambie las monedas por billetes, se traslada a la otra tragaperras y sigue echando dinero.

Pronto queda claro que no va a sacar mucho, y de todos modos los pocos premios que le da la máquina los convierte en bonos. Así que hace que la camarera le cambie cien euros en monedas, luego otros cincuenta.

Cuando se le acaban estos, empieza a pulsar los botones con fuerza, y a hablar con la tragaperras como si fuera una persona. Cambia otros cincuenta, y su ira comienza a crecer al seguir sin lograr nada, hasta el punto de golpear con fuerza la tragaperras.

Ella le advierte que deje de hacerlo, pero la ignora. Vuelve a advertírselo sin éxito y finalmente se harta y dice:

—No te pienso cambiar ni un euro más.

—Veremos —responde él, pegando un golpe aún más violento.

—¡Que dejes de golpearla! ¿Vas a pagarla si te la cargas? Porque te advierto que cuesta una pasta.

—¡Más pasta me ha robado ella a mí! Y se acabó. Te vas a enterar de lo que es bueno, ahora te voy a atracar y te voy a robar todo lo que me ha quitado la máquina a mí.

El gitano se dirige a la puerta del almacén e intenta abrirla a la fuerza. Por suerte, el cerrojo resiste y la camarera tiene tiempo de coger un palo para defenderse y marcar con su móvil el 091. Él hace amago de intentar saltar por encima de la barra, pero ve el palo, que ella ha colocado en posición para evitar precisamente eso.

—Sí, me vas a hacer mucho con el palo. Venga, inténtalo, zorra.

Justo en ese momento la policía coge el teléfono y la camarera, sin perderle de vista, empieza a explicar lo que pasa.

—Pues mire, un cliente se ha puesto violento y está intentando atracarme —en ese momento el gitano se pone pálido, echa una última mirada al palo y sale disparado por la puerta mientras la camarera dice la dirección.

—¿Sigue ahí? —pregunta el agente.

—No, pero sigue por la zona.

—Bueno, pues si vuelve nos vuelves a llamar y vamos —da por finalizada la conversación el policía.

La camarera se queda mirando el teléfono estupefacta, palo en mano y temblando hasta que entran algunos clientes de confianza, con el miedo a que el otro decida volver a finalizar su intento… y que lo haga acompañado. Ni un solo agente aparece en lo que queda de turno, ni tampoco después de que ella se marche. Por suerte, el gitano tampoco.