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El ladrón de huevos

La camarera está conversando con un cliente habitual cuando entra un tipo.

-¿No tienes tortilla? -pregunta tras mirar los aperitivos.

-Lo que ves es lo que hay -le contesta ella. No sabe por qué, pero no le gustan sus pintas.

El tipo vuelve a mirar y se le ilumina la mirada.

-¿Cuánto cuestan los huevos duros?

-Cincuenta céntimos.

-Pues ponme uno -dice asintiendo.

La camarera le pone el huevo en un platito y el salero al lado.

-No, eso no hace falta -afirma el hombre, agarrando el huevo y apresurándose hacia la puerta.

-¡Eh! ¿Dónde crees que vas? Págame -le ordena la camarera, malhumorada.

-Es que no tengo dinero -responde él, quedándose tan ancho.

-Pues ya me estás devolviendo el huevo -señala el plato, con rostro amenazador.

El hombre parece pensárselo, pero finalmente pone el huevo de nuevo en el plato y se larga.

-Menos mal que no tenías tortilla -dice el cliente habitual.

Menos mal que estoy de buen humor, piensa ella. Que si no le doy dos guantazos al gilipollas y le quito las ganas de volver a intentarlo.

Bronca

La camarera mira el reloj, apesadumbrada. Todavía queda una hora hasta que acabe su turno, y no parece que vaya a haber clientes, aparte del tipo que lleva tres horas echando dinero a las tragaperras y bebiendo un tercio tras otro. Ha perdido la cuenta de cuántos se ha tomado. Cinco o seis mínimo.

Entran entonces una pareja de rumanos con un bebé. Ella pide un zumo de melocotón y lo paga con un billete de cincuenta mientras él entra al baño. Cuando la camarera, tras comprobar que no es falso y cobrar, va a darle a ella el platito con el cambio, él le exige que se lo entregue. A la camarera le da igual a quién dárselo, pero lo que sí le molesta es que el tipo le pida que cambie el billete de veinte por dos de diez mientras se mete el otro billete de veinte en el bolsillo. Aun así no quiere bronca, así que accede.

Mientras se gira hacia la caja, el borracho de la tragaperras y el rumano se ponen a insultarse desde la distancia. Cuando la camarera le da los dos billetes de diez, el rumano coge el platito y hace un gesto de sorpresa:

-Un momento, ¿cuánto cuesta el zumo?

-Dos euros -responde la camarera.

-En el chino cuesta setenta y cinco céntimos..

-Pues os hubiérais ido al chino.

-¿No nos lo puedes rebajar a un euro?

-Pues no -le corta ella.

-Entonces no lo queremos -dice, tendiéndole el zumo sin abrir y el platito con el dinero. Faltan, por supuesto, los veinte euros que el tipo se ha metido en el bolsillo.

-Los veinte euros -exige la camarera. Aunque no tendría por qué aceptar la devolución, no han abierto el zumo y tienen suficiente mala pinta como para temer reacciones violentas si no accede.

-No sé, no entiendo.

-Que no te voy a devolver el billete de cincuenta a cambio de un platito con veintiocho euros. Así que dame el billete de veinte también o ya te estás largando.

El rumano sigue fingiendo no entender, pero entonces el de la tragaperras explota:

-Que dejes de intentar estafar a la chica, rumano de mierda. Que se ha dado cuenta. Dale el puto billete y lárgate de una vez, joder.

El rumano le da a la camarera el billete de veinte y ella, tras comprobar que no es falso, le devuelve el de cincuenta. La mujer rumana pregunta entonces cuánto vale una botella de agua y la camarera responde que un euro. Ella paga la botella con un billete de cinco, lo que cabrea a la camarera aún más. Y lo peor es que, cuando va a darle el cambio, se encuentra con que tanto el rumano como el de la tragaperras están en pose de gallitos, a punto de llegar a los puños e intercambiando insultos cada vez más furiosos.

-¡A pelear a la calle los dos! -grita la camarera, completamente furiosa. No le hacen ni caso, y tiene que hacer amago de llamar a la policía para que la mujer del rumano empiece a arrastrarle hasta la calle. El de la tragaperras se queda, pero sigue insultando al rumano al menos durante los cuarenta y cinco minutos siguientes. Luego, por suerte, llega el relevo y, tras avisar al compañero de que no le ponga ni un tercio más, se larga de muy mal humor.