La camarera está conversando con un cliente habitual cuando entra un tipo.
-¿No tienes tortilla? -pregunta tras mirar los aperitivos.
-Lo que ves es lo que hay -le contesta ella. No sabe por qué, pero no le gustan sus pintas.
El tipo vuelve a mirar y se le ilumina la mirada.
-¿Cuánto cuestan los huevos duros?
-Cincuenta céntimos.
-Pues ponme uno -dice asintiendo.
La camarera le pone el huevo en un platito y el salero al lado.
-No, eso no hace falta -afirma el hombre, agarrando el huevo y apresurándose hacia la puerta.
-¡Eh! ¿Dónde crees que vas? Págame -le ordena la camarera, malhumorada.
-Es que no tengo dinero -responde él, quedándose tan ancho.
-Pues ya me estás devolviendo el huevo -señala el plato, con rostro amenazador.
El hombre parece pensárselo, pero finalmente pone el huevo de nuevo en el plato y se larga.
-Menos mal que no tenías tortilla -dice el cliente habitual.
Menos mal que estoy de buen humor, piensa ella. Que si no le doy dos guantazos al gilipollas y le quito las ganas de volver a intentarlo.
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