Un joven entró al Criper una tarde lluviosa. Apoyándose en la barra e inclinándose lo máximo posible hacia la camarera, dijo algo en un tono tan bajo que apenas pudo oírle.
– ¿Perdón? -preguntó ella.
– Te va a sonar raro -dijo en un tono más alto el muchacho -pero ¿pasáis porros?
La camarera contiene la risa y se limita a decir:
– Lo siento, pero no. Prueba suerte en el bar de dos calles más abajo, dicen que allí pasan de todo.